Padre Sadiel Eugarrios “Ningún mal es absoluto y eterno, sea el hambre de justicia o hambre material”

Padre Sadiel Eugarrios “Ningún mal es absoluto y eterno sea el hambre de justicia o hambre material”
Padre Sadiel Eugarrios “Ningún mal es absoluto y eterno sea el hambre de justicia o hambre material”

Las agudas diferencias entre ricos y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso reafirmamos nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres.

¿Quién es justo ante los ojos de Dios? ¿Quién resulta agradable frente al Señor? ¿Quiénes son los verdaderamente dichosos? Son preguntas cuya respuesta es iluminada por la liturgia de la Palabra en este Domingo VI del tiempo ordinario.

Maldito quien confía en el hombre…Bendito quien confía en el Señor. Estas frases tan contrapuestas son, de alguna manera, el resumen de la primera lectura de hoy, tomada del libro de Jeremías.

En la lógica del mundo, si alguno quiere triunfar ha de confiar en el hombre, esto es, en sus propias fuerzas y capacidades o debe confiar en otros que posiblemente le garanticen poder, placer y tener. El gran problema de todo esto es que quien confía en el hombre y en sus meras capacidades humanas, termina defraudado. Cuánta gente dedica todo su tiempo, sus energías y su vitalidad a proyectos enteramente humanos, y al final terminan decepcionados. Pensemos en aquellas personas, para dar un ejemplo, que se entregan casi en cuerpo y alma a un negocio, a una ideología o a una empresa, y al final, terminan desilusionados. Cuánta gente que ha sido exitosa, famosa y poderosa, al final de sus días reconocen que todo eso no vale nada.

Video Homilía del Padre Sadiel de este domingo 13 de febrero

Frente a esta lógica mundana, el profeta nos plantea lo siguiente: es bendito y dichoso quien confía en el Señor. Siguiendo la tradición bíblica del Antiguo Testamento, podemos relacionar esta confianza en el Señor como una característica del hombre justo. El cardenal Ratzinger, comentando esta idea afirma que en el texto de Jeremías destaca el carácter personal de la justicia, el fiarse de Dios, que da esperanza al hombre.

En nuestro entorno, a menudo oímos decir cosas como “el fulano es justo”, “estoy siendo justo” … Habría que confrontar este tipo de justicia con la que nos plantea el Antiguo Testamento. No es justo aquel que sigue al pie de la letra todas las prescripciones legales, sino, ante todo, aquel que confía en el Señor y que pone toda su esperanza en Dios antes que en los hombres. Así es la lógica de Dios.

Así pues, hermanos, nuestra confianza ha de estar puesta en Dios.  Hemos de seguir poniendo nuestra fe en Cristo resucitado ya que, si esperamos en Él, nunca quedaremos defraudados. Él resucitó y nuestra esperanza se mantiene inconmovible, siguiendo la idea de San Pablo en la segunda lectura.

Ahora, siguiendo al Evangelio de hoy, veamos qué mensaje nos viene a iluminar nuestra vida cristiana. El evangelista Lucas nos narra que Jesús se ha puesto a enseñar a la gente y proclama cuatro bienaventuranzas junto a cuatro amenazas.

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Habiendo Jesús pasado la noche en oración y tras haber elegido a los Doce, Lucas nos cuenta que el Maestro baja de la montaña junto a los Doce. En la llanura encontró a un grupo grande de discípulos y a una inmensa multitud de personas que han llegado desde Judea, Jerusalén, Tiro y Sidón. Aquella gente quiere escuchar a Jesús y desea ser sanada de su males. Y Jesús se muestra acogedor.

Y empieza Jesús con las cuatro bienaventuranzas: Dichosos vosotros los pobres porque de ustedes es el Reino de los cielos… Alguno que no esté familiarizado con la doctrina cristiana, sin duda que se escandalizaría al escuchar estas palabras de Jesús y se preguntaría: ¿Cómo es posible que el cristianismo ensalce la pobreza y le dé un valor positivo a la precariedad?

A diferencia de Lucas, el evangelista Mt especifica que la pobreza a la que se refiere Jesús es una pobreza en el Espíritu. Los pobres de espíritu son aquellos que confían totalmente en el Señor antes que en las riquezas. Esto de alguna manera nos lleva a la primera lectura, donde se ensalza a los que confían en el Señor.

Ahora bien, Lucas dice simplemente pobres, sin especificar el tipo de pobreza al que se refería Jesús. Aún así, está de más decir que Jesús no aprobaba la pobreza en sí misma, sino que el Maestro resalta la capacidad que tienen los pobres para experimentar el reino de Dios aún en su pobreza. Incluso la pobreza, si se vive con la plena confianza en Dios, puede convertirse en medio de salvación. Al fin y al cabo, hasta de los males Dios saca bienes.

De esto se puede también decir que Jesús no promete la salvación a la gente precisamente por ser pobre (y consecuentemente la condenación a los ricos por ser ricos), ni la riqueza ni la pobreza por sí mismas nos hacen dignos o indignos del Señor. De nosotros depende si queremos santificar nuestras propias circunstancias, sean de pobreza o abundancia.

Esta primera bienaventuranza que Lucas pone en labios de Jesús se identifica con la categoría social de los discípulos de Jesús y está en consonancia con la opción preferencial por los pobres que manifestó Jesús. Cristo se identifica con los pobres. Como afirmó en cierta ocasión el Papa Francisco: “La pobreza es la carne de Jesús pobre”.

“¡Dichosos vosotros los que ahora tenéis hambre, porque seréis saciados! ¡Dichosos vosotros los que ahora lloráis porque reiréis!” En estas otras dos bienaventuranzas llama la atención el hecho de que Jesús hace mención de dos sufrimientos del presente: los que ahora tenéis hambre, los que ahora lloráis. Y luego, en ambas, hace promesas esperanzadoras. Hermanos, lo que ahora estemos pasando, no es definitivo. No importa la grandeza de la tribulación en la que nos encontremos, ese sufrimiento no es absoluto. Ningún mal es absoluto ni eterno. Sea el hambre de justicia o el hambre material, un día se acabarán.

“Dichosos vosotros cuando los hombres os odien y os metan en prisión por causa del Hijo del Hombre! ¡Alegraos aquel día y gozaos porque grande será vuestra recompensa, porque así fueron tratados los profetas!” Nadie ha dicho que dar testimonio de Cristo es algo fácil y sin dificultad alguna. La historia de la Iglesia y su larga lista de mártires nos demuestra que junto al mensaje de Cristo ha estado la persecución en sus diversas formas. Es verdad que hoy en día a los cristianos no suelen llevarnos a las arenas romanas para ser devorados por fieras, ni somos crucificados en público. Pero nadie debe olvidar que existen otras formas de persecución, más solapadas, más disimuladas. Toda crítica destructiva, toda represalia contra la Iglesia o sus miembros son formas de persecución.

Luego de las bienaventuranzas, vienen las amenazas de Jesús. Empieza diciendo: “¡Ay de vosotros los ricos! No es que Jesús estuviera empecinado con los ricos por ser Él un humilde nazareno. El problema de las riquezas es que tienden a dominar el corazón del hombre y lo llevan a cometer injusticias. En tiempos de Jesús, la política del imperio romano acentuaba las diferencias sociales; los pobres sufrían y los ricos explotaban a los más vulnerables. Era también la realidad de la comunidad de Lucas.

En nuestros tiempos, y especialmente en nuestro pueblo, siguen existiendo profundas brechas entre pobres y ricos. Basta que miremos a nuestro alrededor. Y como Iglesia estamos llamados a luchar contra estas injusticias. Por eso, en el Documento Conclusivo de Aparecida se afirma:

Las agudas diferencias entre ricos y pobres nos invitan a trabajar con mayor empeño en ser discípulos que saben compartir la mesa de la vida, mesa de todos los hijos e hijas del Padre, mesa abierta, incluyente, en la que no falte nadie. Por eso reafirmamos nuestra opción preferencial y evangélica por los pobres.

“¡Ay de vosotros los que ahora reís!”, continúa Jesús, “¡Ay de vosotros cuando todos los hombres digan bien de vosotros!”. Un gran peligro para el cristiano es caer en la terrible trampa de la adulación. Habrá mucha gente que nos adule, que nos alabe y ensalce, pero seamos cuidadosos, eso puede representar un peligro para nuestra vivencia evangélica.

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Respecto a esto, nos percatamos que los poderosos de este mundo utilizan todos los ardides de la adulación para confundir a los creyentes. Seamos prudentes. Se nos pueden acercar muchos con rostros amables y sonrientes, pero en su corazón quieren hacernos daño. Es verdad que sería bonito que todo mundo hablara en bien de la Iglesia, pero ya hemos escuchado de labios del mismo Jesús que eso no es un buen signo. La Iglesia será siempre un signo de contradicción en este mundo, y por ello siempre será criticada. El cristiano que se preocupa demasiado porque no todos hablan en su favor, debería replantearse sus perspectivas cristianas.

Lo que acabo de decir respecto a la posición de la Iglesia en el mundo, viene a ser realmente iluminador en nuestra situación nacional: si la Iglesia católica nicaragüense está siendo duramente criticada por aquellos del mundo que se incomodan ante su misión, entonces vamos haciendo las cosas bien.

Que nuestra madre, la bienaventurada, la verdadera pobre de espíritu, la que confió plenamente en el Señor, interceda por nosotros y nos ayude a tener un espíritu confiado en Dios. Amén.

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